Silba el viento helado, los lobos aúllan en las colinas cercanas y la gente se aprieta alrededor de la gran hoguera para calentarse y celebrar la llegada de la cosecha. Durham, el Druida, lanza gritos al viento y salta alrededor del fuego, llamando a los Dioses y maldiciendo a los que no le siguen.
Gritos a Bel, oraciones a Taranis para que no llueva, alboroto en general, pues es fiesta en el poblado: los sajones han sido repelidos y la cosecha ha sido generosa. Durante días ha corrido el hidromiel y ahora se cuecen panes en los hornos, pues el invierno se acerca y es hora de honrar a los muertos. Esta noche es Samhain y nos visitan nuestros seres queridos desde el otro mundo.
A mediodía, los niños se acercan a una pequeña villa romana abandonada en lo alto de una colina. Ninguno de ellos había entrado jamás, pues se decía que estaba maldita y todos se ponían nerviosos al estar cerca, pero jugaban a ver quién era lo suficientemente valiente para cruzar los cercados. Allí vivía un gran guerrero que cayó ante los sajones veranos atrás, después de que su familia fuera masacrada por una pequeña invasión. Desde entonces, se pueden escuchar gritos, sonidos metálicos y, cada noche de Samhain, el sonido triste de una flauta. Durham, cuando se le pregunta, dice que allí se quedaron atrapados los espíritus de la familia y que solo una vez al año la familia se reúne en este mundo para abrazarse.
Cae la tarde, el sol anaranjado comienza a caer y los niños ya están de vuelta, narrando sus hazañas. Algunos han tocado la madera del cercado, otros han cogido una piedra del camino, y dicen que era de la misma puerta. Las familias poco a poco comienzan a encerrarse en sus casas, poniendo pan e hidromiel en las puertas. Algunos incluso dejan las ventanas abiertas para invitar a sus familiares a entrar y visitarlos, mientras que otros prefieren que los espíritus de quien sea que estén allí no los atormenten. Pues es la noche de Samhain y esta noche es suya; la línea entre su mundo y el nuestro hoy se une.
Pero no todas las luces empiezan a apagarse; una casa aún no está en calma, pues una niña no ha vuelto. Los gritos de su madre llenan la plaza, pero la pequeña Alba, que así se llama la niña, no aparece por ningún lado. El padre camina hacia el refugio del druida de la aldea y éste le dice que ha escuchado a los niños decir que habían ido a la casa de la colina. El padre, un fornido veterano de guerra, se estremece. Como buen soldado, prefiere enfrentarse a veinte hachas sajonas que a un solo espíritu.
Durham comienza a canturrear un salmo y rebusca entre sus pertenencias, sacando una pequeña piedra verde. Le indica al padre que esto le protegerá, pero que debe darse prisa, pues si la noche cae del todo, puede que los espíritus reclamen el alma de su hija.
De vuelta a casa, el padre empieza a ensillar su caballo. La madre no deja de sollozar y le suplica que encuentre a la pequeña Alba. Iseult, la hermana mayor, se pone su capa y corre hacia la puerta. El padre mira al horizonte; una pequeña hoguera se ilumina en la lejanía y un leve sonido de flauta corre con el viento.
- Padre, vamos – grita Iseult. – Vamos antes de que oscurezca del todo.
El sonido de la flauta vuelve a escucharse y el padre se estremece. Baja del caballo y empieza a decir que es demasiado tarde y que los espíritus ya han llegado. Iseult le grita, pero el padre coge del brazo a su esposa y la lleva hasta la puerta, insistiéndole a Iseult para que entre. Sin embargo, ésta decide subirse al caballo y sale disparada como una flecha hacia el camino que lleva hasta la colina.
Las últimas luces caen, la brillante luna llena indica el camino, y los sonidos de la noche invaden los sentidos. Iseult cabalga hacia el punto brillante en la distancia, pero el caballo no se siente tranquilo y comienza a dar coces hasta que un aullido suena. El caballo se encabrita y Iseult cae al suelo.
El caballo huye; se escuchan sonidos de carrera tras él, pero otros de gruñidos y pasos se acercan. Iseult busca algo para defenderse; ella no es de las que caen sin luchar y encuentra un palo con el que se encara contra las sombras que aparecen a la luz de la luna.
- ¡Malditas bestias! – ruge Iseult, dando golpes al aire.
Los gruñidos la rodean. Iseult aferra el palo con fuerza, aunque no quiera reconocerlo, siente miedo. De repente, aparece una pequeña luz, como de una antorcha, cerca, y se escucha el sonido lastimero de un perro antes de escuchar pezuñas alejándose.
- No deberías estar aquí esta noche, niña – dice una voz profunda desde la luz.
- Estoy buscando a mi hermana Alba. ¿La has visto? – contesta Iseult, aún con el palo en las manos.
- Sígueme y la encontrarás – responde el hombre sin dar tiempo a más charla.
La luz se gira por el camino y comienza a moverse hacia la cima de la colina. Algo brilla en el suelo, la piedra verde que el druida le dio a su padre, la joven la coge del suelo y la guarda en el bolsillo y corre tras la luz intentando alcanzarla, pero cuanto más corre ella, más rápido se mueve la sombra con forma de hombre que sostiene el fuego. Frustrada, le grita que espere, pero él sigue sin hacer caso, y así caminan durante un rato hasta que la noche se cierra del todo y llegan a la villa romana.
Iseult se estremece al verla; no en vano se han contado montones de historias, pero ella fue la única que verdaderamente entró en la villa hace un par de veranos y sabe que allí solo hay piedras. Aunque hoy, en la noche de los muertos, una pira arde en el centro del derruido patio. El sonido chirriante de la cancela llena el espacio y el hombre la invita a entrar, diciéndole que su hermana está dentro.
Ella, cauta, lo sigue y ve una forma acurrucada en una esquina cerca del fuego. Iseult grita el nombre de Alba y la niña sale de las mantas, corriendo hacia Iseult y abrazándola.
- ¿Dónde has estado? – le pregunta Iseult mientras la estruja.
- Me caí en una zanja cuando entré a coger algo para demostrar que era valiente, como tú.
Alba se limpia la nariz y le cuenta que estuvo ahí un rato aterrada hasta que empezó a oscurecerse y el hombre le ayudó a salir. Iseult suelta a su hermana y se da la vuelta para dar las gracias al desconocido que se sienta en el otro rincón del patio, embutido en lo que parece una raída capa verde.
- No es nada – le contesta él. – Pero no deberíais estar aquí en una noche como ésta. No solo hay lobos ahí fuera.
- Tenemos que volver a casa – le dice Iseult. – Nuestros padres estarán preocupados.
El desconocido niega con la cabeza.
- Hasta el amanecer no, pequeña. Podéis dormir ahí cerca del fuego; no se apagará en toda la noche y yo velaré para que no os pase nada.
Iseult bufa como una gata, no soporta que le digan lo que tiene que hacer. Pero acaba por resignarse y arrebujarse cerca del fuego con su hermana. Alba se abraza a ella y al rato se queda dormida.
- ¿Cómo te llamas? – pregunta Iseult al hombre desconocido.
- Alfie – contesta él. – Viví aquí hace mucho tiempo.
Las historias empiezan a correr por la mente de Iseult y recuerda la historia de la villa.
- ¿Eres el gran guerrero que perdió a su familia en esta villa? – exclama Iseult.
Alfie suelta un ligero gruñido y no dice nada más.
- Las historias dicen que moriste hace mucho tiempo.
- Solo han pasado veinte años – Responde Alfie malhumorado.
Iseult continúa interrogando al viejo soldado hasta que se cansa y se levanta para dar un paseo, no sin antes señalarle un odre lleno de hidromiel. Iseult da unos tragos para entrar en calor y se queda mirando las llamas bailar hasta caer dormida.
Iseult despierta sobresaltada por un grito aterrador. Mira al fuego que sigue encendido y unas líneas marcadas en el suelo como un círculo que los rodea. Intenta despertar a Alba, que sigue plácidamente dormida. Vuelve a escucharse el grito estridente.
Una banshee, le dice su mente. Rebusca en el bolsillo, saca la piedra verde que apoya en sus labios y la besa, mientras que con la otra mano se pone delante de Alba, que sigue durmiendo. Una figura vaporosa y femenina aparece por el pórtico, casi no se puede reconocer; también una figura más pequeña. Comienzan a acercarse lentamente y una figura aparece desde las sombras, Alfie, supone Iseult.
La banshee levanta su espectral brazo y señala a Alfie mientras lanza su fatídico grito que casi parece un lamento. Alfie comienza a sollozar y corre hacia los espectros que, cuando consigue tocarlos, se disuelven en el aire.
Sonidos de pasos llenan la estancia, montones de pasos.
- No salgas del círculo – le grita Alfie a Iseult.
Sonidos de espada alrededor, brillos rápidos y fulgurantes mientras Alfie baila entre ellos. Iseult, aterrorizada, se levanta y se acerca al borde del círculo. Una pequeña bola de luz se convierte en la cara de un guerrero muerto, en un estado como podrido. El muerto sonríe y aparece el resto del cuerpo, abalanzándose sobre Iseult, que grita y cae hacia atrás. El muerto al cruzar el círculo se desvanece para aparecer varios metros atrás, soltando gritos terroríficos.
Mientras Alfie sigue su combate particular contra montones de sombras, su espada brilla con sutiles líneas rojas que aumentan su brillo cuando impacta contra las espectrales espadas.
Varios espectros intentan atacar el círculo sin resultado, y eso envalentona a Iseult, que les grita maldiciones. El fantasma femenino y el niño aparecen por otro rincón y avanzan velozmente hasta el círculo, perseguidos por guerreros fantasmales.
- Son la madre y el hijo asesinados – se dice Iseult a sí misma.
La fantasma hace gestos de desesperación a Iseult. Iseult toma una decisión: borrar un pequeño trozo del círculo. La madre y el hijo consiguen entrar, pero los guerreros espectrales les pisan los talones. Iseult, aterrorizada, se cubre con la mano mientras una espada espectral cae sobre ella. Un pequeño brillo sale de su palma; ha sido la piedra verde al impactar contra la materia espectral. Ágil como un halcón, Iseult pone la piedra en el hueco que se ha quedado en el círculo y los fantasmas se deshacen al intentar pasar.
Una especie de sonrisa surge en la cara de la banshee, una aterradora, pero Iseult le devuelve la sonrisa.
Poco a poco, los guerreros espectrales desaparecen; comienza a amanecer. Alfie cae agotado al suelo y suspira complacido, pero aparece un último espectro con un gran hacha que se planta delante de él y ríe con una carcajada que hiela la sangre. La banshee grita, Iseult se tapa los oídos, el espectro vuelve a reírse y señala a la madre y al hijo. Iseult grita furiosa, coge la pequeña piedra y la lanza contra el espectro, que con un haz de luz verde desaparece.
Iseult cae agotada junto a su hermana, que misteriosamente sigue durmiendo. La abraza y nota cómo el agotamiento empieza a hacer mella. La luz del amanecer sigue avanzando. Ella parpadea muchas veces y entre esos parpadeos ve claramente a una mujer, a un niño y a un hombre enorme con barba que se abrazan.
- Iseult, despierta – nota como la sacuden.
Iseult abre los ojos y ve a su hermana sacudirla.
- Eres una dormilona – le dice Alba. – Hace ya que deberíamos haber vuelto a casa.
Iseult mira alrededor; el círculo pintado ya no existe, la hoguera está apagada y en su cuello cuelga la piedra verde. Lo más misterioso es que a su lado hay una espada oxidada con runas grabadas. Iseult la coge y sonríe.
Se escuchan gritos llamándolos fuera de la villa; medio pueblo debe estar buscándolas. Coge a su hermana de la mano y caminan fuera del edificio. En la otra mano, la espada, y en el cuello, su piedra verde brillando bajo un frío sol.
- ¿Dónde está Alfie? – pregunta Alba.
- Donde siempre debió estar, hermanita.